Aquerenciados

Los contemplé largo rato el día que tomé la fotografía, me quedé admirando.

Hoy se alegran conmigo, porque yo también encontré mi querencia.

Y es un gran lugar para estar...

El menos absurdo


Lo vi por primera vez mientras esperábamos que llegue la increíble máquina transportadora de personas, no puedo evitar detenerme en lo asombroso que me resulta esa espectacular mole metálica, capaz de ir de un lugar a otro a una velocidad imposible para el animal de a pie. Una locomotora gobernada por la mano certera de un conductor que, ganado por la rutina, no repara en su poder temible y divertido. Recorrer 60, 70 u 80 kilómetros en apenas una hora, quién podría esperar lograrlo, cuando nuestros limitados pasos no pueden alcanzar ni un mínimo porcentaje razonablemente interesante, comparado con esa cantidad. En fin, otro día nos detendremos debidamente en esa maravilla que es transportarse a tan altas velocidades, y las ventajas que ofrece un ferrocarril, una motocicleta o un auto con respecto a nuestra locomoción natural.
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Lo vi por primera vez mientras esperábamos que llegue el tren, la mirada curiosa, devorando todo a su alrededor. Y anotando sin pausa, la mano aferrada a su libreta diminuta, escribiendo en una hoja y en otra, yendo y viniendo en páginas indescifrables para cualquiera que no fuese él mismo, y su supuestamente absurda realidad. "Un loco", pensarían despectivamente los señores a su lado.
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Y la imagen del farolero de Saint-Exupéry me apareció clara, evidente, casi obvia. De todos los hombres que estaban en ese tren, él era el menos absurdo. "...menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor". Este hombre tenía un sentido, buscaba algo, o quizás ya lo había encontrado, pero estaba ensimismado en sus anotaciones, que seguramente guardaban más verdad que las tapas de los diarios.
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"Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda." [Esto último se dijo a si mismo el principito]